Yo creo

Los pesimistas, hoy ven postergados sus mediocres deseos de reir con el fracaso ajeno. Cambiarán el "yo te dije" por el "esperá a la fecha que viene".



Promediaban las 17.30 y el estadio estaba semivacío. Apenas la Amsterdam y Olímpica tenían gente. Lo que tanto se habló en estos días, se temía. Pero el reloj comenzó a comerse los minutos y marcó las 18.00. La Selección entraba y la gente se apuraba. Salía corriendo del trabajo para llegar. Pero pasaron unos minutos de partido y el Centenario tenía un marco, quizás, inesperado.

La Amsterdam estaba casi colmada, al igual que la Colombes. La Olímpica tímidamente se llenaba. Antes, el himno se cantó como un grito de guerra y Uruguay salió a la cancha a matar por mantener la ilusión. Gracias a la intensidad del partido, la gente se contagió y de inmediato coreó el típico "Soy celeste, soy celeste". Ahí, el hincha empezó a vivir su partido.

La Amsterdam armada de bombos y banderas, lideraba los cantos. El resto acompañaba y siempre casi al mismo ritmo. El partido con Perú se olvidó y los parciales sabían que tenían que poner su pedacito para llegar a Sudáfrica.

Y rapidito nomás, como lo hace todos los fines de semanas en Holanda, Suárez la mandó a guardar. El estadio estalló, comenzó a saltar sin parar y otra vez nació el canto de siempre. Ese que pone la piel de gallina e ilusiona. Corrieron los minutos y la gente se mostraba con nervios pero con fe. Temía lo que siempre puede pasar, pero altentaba, por momentos más, por otros menos. Y llegó la roja a Valdez. Enseguida, como reacción natural salió la puteada a Carlos Torres, sin pensar si la determinación era injusta. Los murmullos empezaron, pero muchos más los taparon con aliento. Entró Scotti para equibrar y la gente lo aceptó porque se podía y ya se pensaba en Ecuador. Una final.

Arrancó el segundo tiempo. Arrancó el sufrimiento. Ojo, la esperanza seguía a flor de piel, más allá de la expulsión, pero se sufría porque era todo a empujones. De repente, ¿gooool? No, roja para Martínez. Así, como un gol lo festejó el hincha celeste. Y los cantos se escucharon más que nunca. "El que no salta no va al Mundial", se escuchaba. Todo era fiesta. Muchos se decían menos mal que vine. Otros, desde la tele, ¿¡por qué no fui!?

Tanta algarabía que Castillo se quedó seguro con una bola y el público estalló y coreó a reventar su apellido, porque se sentía ganador. Pero... el murmullo enseguidita de ese cántico se trasladó a la tribuna. Justo el golero nuestro la pifia y el hummm le ganó al "soy celeste". Y la impaciencia empezó. Nos quedábamos fuera del Mundial. Por eso, como exclamación en todas las tribunas, sonó más fuerte que nunca "Locoo, Locoo". El, desesperado, se movía de un lado para el otro. Sabía que iba a entrar.

Antes que el DT acatara la orden del público, apareció Scotti y el Centenario explotó como cuando el Chengue nos daba la clasificación a Corea y Japón. Tan ensordecedor fue ese grito que más de uno quedó ronco. Ahí, nadie paró al fánatico. Todo eran ovaciones. Salió el Cebolla y el coloso de cemento se vino abajo en aplausos y en un grito de Cebollaa, Cebollaa, que sonó hasta en Juan Lacaze. Por fin, a soñar otra vez.


"Olé, Olé". Sí, hasta hubo tiempo para ese grito de dulzura. Porque los jugadores lo permitieron y porque el Palito Pereyra no paraba de pisarla. La gente por fin se sentía feliz y la sonrisa y tranquildad era el ánimo común de todos. Bengalas se prendían y sonrisas se iluminaban. Después el gol de Eguren simplemente tranquilizó y dejó a la gente festejar un poco más. E ilusionarse por ir a Sudáfrica. Por eso, la ovación final y la comunión, que tan perdida estaba, volvió. Y con el "el que no salta no va al Mundial", se despidió ese hincha que siempre acompaña. Hoy lo demostró. Mejor, empezar a saltar, pero con precaución. No vale caerse.